domingo, 25 de marzo de 2007

Otro San Mamés mejor

Pese a toda su leyenda y su carga mítica, la idea de abandonar 'La Catedral' para irse a un estadio más amplio y moderno ha sido una tentación constante en la historia del Athletic



Si se cumplen los plazos previstos, el Athletic abandonará San Mamés en 2012, cuando sólo falte un año para que el legendario estadio rojiblanco cumpla su centenario. 'La Catedral', pues, acabará pasando a la posteridad tras casi un siglo sirviendo de escenario a una pasión arrolladora. Lugar sagrado de comunión futbolística para los hinchas del Athletic, la historia de San Mamés comienza en 1913. Fue entonces, tras quince años jugando sus partidos primero en Lamiako y luego en Jolaseta, cuando el club bilbaíno pudo disfrutar por fin de un 'stadium' en su ciudad.

Los primeros pasos para la construcción del campo se dieron en una reunión que la directiva rojiblanca mantuvo el 10 de diciembre de 1912. El presidente, Alejandro de la Sota, movió sus influencias -unas cuantas en aquella época- y se fijó en las campas que se extendían junto a la Casa de Misericordia. El solar sobre el que antaño se levantaba el convento de San Mamés de Cesárea, propiedad de los herederos de Novia de Salcedo, le pareció un lugar perfecto. La junta abrió un empréstito por 50.000 pesetas y encargó el proyecto a Manuel María de Smith. El 20 de enero de 1913, bajo la bendición del sacerdote y forofo Manuel Ortuzar, se puso la primera piedra. «Que este campo cuyas obras hoy empiezan sea anfiteatro de reñidas luchas en las que os cubráis de laureles y logréis los triunfos a que tantas veces os hicisteis merecedores», dijo Ortuzar, solemne y un punto épico, dirigiéndose a los jugadores del Athletic allí presentes, entre ellos Pichichi y los hermanos Belauste.

Al cabo de ocho meses, el 21 de agosto de 1913, tras un desembolso final de 89.061 pesetas y 92 céntimos -ya entonces se disparaban los presupuestos iniciales- se inauguró el campo de San Mamés. Diez mil personas presenciaron entusiasmadas un partido que enfrentó al Athletic y al Racing de Irún y terminó empatado a uno. Pichichi, cuyo busto se venera en 'La Catedral' desde el 8 de diciembre de 1926, marcó el primer gol del equipo rojiblanco en su nueva casa.

Remodelaciones

Desde entonces, poco a poco, temporada tras temporada, San Mamés ha ido ganando en solera y en tradición hasta convertirse en un campo mítico. Esa condición, sin embargo, no ha impedido que, a lo largo de su historia, el estadio haya sufrido innumerables retoques y remodelaciones, como si nunca estuviera bien del todo. Ya en 1923, apenas una década después de su inauguración, a la que asistió el rey Alfonso XIII, se produjo la primera ampliación. El campo comenzaba a quedarse pequeño de aforo y, antes de un partido contra la Real Sociedad, se levantó una tribuna para 320 localidades. Por lo rápido que se hizo -una celeridad que a los bilbaínos de la época les debió parecer propia de los norteamericanos- se le llamó la Tribuna Yanki.

Un año después se ampliaron las tribunas laterales y se levantó la primera grada de Capuchinos, la actual Tribuna Sur, lo que elevó el aforo a 16.000 espectadores. La siguiente gran reforma llegó en 1953, cuando se inauguró la Tribuna del Arco, uno de los emblemas de 'La Catedral'. En 1961 se construyó la Tribuna de Misericordia, financiada con el dinero obtenido por el traspaso al Barcelona de Jesús Garay. En 1972 se edificó la Tribuna Este, que fue la única que sobrevivió a la gran reforma dirigida por el arquitecto Elías Mas -la más importante de todas- que se realizó antes del Mundial 82. Todos estos cambios, sin embargo, no han alcanzado nunca a la esencia de San Mamés, que siempre ha mantenido intacto ese poso especial, ese sabor puro y añejo que distingue a los grandes templos de fútbol.

A Torremadariaga

Siendo esto así, cualquiera que repase la historia del Athletic podrá comprobar que los socios rojiblancos y las diferentes juntas directivas del club han actuado sobre San Mamés con un cierto desapego. 'La Catedral' ha sido un motivo de orgullo, desde luego. Todos los socios han disfrutado de sus resonancias míticas y de tantos y tantos recuerdos compartidos. Sin embargo, ello no ha impedido que la posibilidad de abandonar el campo para irse a otro mejor haya sido una tentación constante. Se ha conseguido ahora, en 2007, pero con anterioridad hubo varias intentonas serias.

La primera fue en 1927, aunque no hay que olvidar que unos años antes el arquitecto municipal, Ricardo Bastida, autor de obras tan emblemáticas en la ciudad como La Alhóndiga y la Casa Lezama-Leguizamón, ya había presentado una propuesta de nuevo estadio en la famosa Campa de los Ingleses, en Abandoibarra. El caso es que el 31 de agosto de 1927 se celebró una asamblea de socios en el teatro Buenos Aires. Según se cita en el libro 'Historia del Athletic Club', la directiva lo llevaba todo preparado. El presidente, Manuel de la Sota, expuso la necesidad de construir un nuevo estadio con mayor capacidad y nuevos servicios como gimnasio, polideportivo, frontón y hasta velódromo. El lugar elegido era una finca de 43.921 metros cuadrados en Torre Madariaga, en la vega de Deusto, una de las grandes zonas de expansión de Bilbao en los años veinte. El proyecto correría a cargo del arquitecto Ignacio Smith. El Athletic pidió apoyo a la Caja de Ahorros Vizcaína, que acabó comprando el solar por 1.167. 594 pesetas. Era el 7 de diciembre. La entidad de ahorro le ofreció al club un arrendamiento con opción de compra durante 20 años. El alquiler ascendía a 101.798 pesetas al año. Todo parecía en marcha, pero la operación se frustró por razones ajenas al club que nunca acabaron de aclararse.

Hay un segundo intento a finales de 1976, que es el gran desconocido en la historiografía rojiblanca. Apenas trascendieron un par de informaciones y unos dibujos. Sucedió que una comunión de intereses entre un grupo de empresarios vizcaínos, Mapfre y la Renfe estuvo a punto de devolver el fútbol bilbaíno, como ya había imaginado medio siglo atrás Ricardo Bastida, al lugar donde nació: la Campa de los Ingleses. La idea era muy ambiciosa: construir un gran aparcamiento subterráneo para 4.500 plazas y encima de él un nuevo estadio con capacidad para 60.000 personas. La oferta que le llegó al presidente rojiblanco, José Antonio Eguidazu, era como para meditarla detenidamente. A cambio de poder hacer al aparcamiento y del solar de San Mamés, donde se construirían pisos, los empresarios se comprometían a hacerle el campo gratis al Athletic y a darle 250 millones de pesetas en cash.

Un proyecto frustrado

Eguidazu se puso manos a la obra. Recabó primero el apoyo de su directiva y luego se reunió con un sanedrín de notables del club bilbaíno formado por Enrique Guzmán, Félix Oraá, Javier Prado y Pedro Ampuero. Todos le dieron sus bendiciones. Ya era cuestión de poner en marcha el proyecto. El presidente rojiblanco encargó a los arquitectos Carlos Lázaro, Ángel Pérez y Vicente Mensua un estudio de los campos que, en ese momento, se estaban construyendo en Argentina de cara al Mundial. Tras visitar Buenos Aires, Mar de Plata y Mendoza presentaron su informe. Todo parecía encarrilado.

El proceso se interrumpió para que se celebraran las elecciones, en las que entonces sólo votaban los compromisarios. Y surgió la sorpresa. Contra pronóstico, el 24 de mayo de 1977 Beti Duñabeitia accedió a la presidencia del Athletic por un estrechísimo margen de 10 votos (169 frente a 159) frente al otro candidato, Iñaki de la Sota, al que apoyaba Eguidazu. Resultado: nunca más se supo del proyecto. Dos años después, el club convocaría un concurso arquitectónico para la remodelación de San Mamés de cara al Mundial de 1982. Las obras costaron 700 millones.

La tercera intentona de abandonar 'La Catedral' es cercana en el tiempo. Llegó de la mano de José María Arrate, el 29 de junio de 1995. Ese día, los aficionados rojiblancos se desayunaron con la noticia de que la junta directiva estaba estudiando la posibilidad de abandonar San Mamés para construir otro estadio más moderno y funcional, con capacidad para 60.000 espectadores. Como otras veces, hubo reacciones para todos los gustos: desde apoyos inquebrantables a reacciones furibundas de quienes abominaban semejante sacrilegio. Tras barajar tres ubicaciones -Garellano, Zabala y Zorrozaurre-, Arrate decidió apostar fuerte: Abandoibarra, la joya de la Corona.

La negativa rotunda del Ayuntamiento no arredró a la directiva rojiblanca, que continuó presionando. Lo hizo a lo grande: encargando primero y presentando después dos maquetas del nuevo estadio realizadas por dos figuras de la arquitectura mundial: Norman Foster y Santiago Calatrava. De nada sirvió. Con Josu Ortuondo y más tarde Iñaki Azkuna cerrados en banda, el tema quedó paralizado. Se reabrió en 1999, cuando el propio Arrate, resignado a lo evidente, aceptó una nueva ubicación que ya empezaba a tomar cuerpo en el plan de Basurto-Olabeaga: la Feria de Muestras.

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