domingo, 17 de junio de 2012

Cuando Bryan Robson reventó San Mamés

Hoy se cumplen 30 años de la acalorada tarde en que 'La Catedral', remozada para la ocasión, alzó su telón mundialista con el célebre desembarco 'pross' en Bizkaia y el triunfo de Inglaterra sobre Francia

IGOR SANTAMARÍA

AQUELLA tarde se pareció mucho a la de ayer. Hasta 38 grados de temperatura en la plaza Indautxu a las 17.15 horas, cuando dio inicio el partido a unas cuantas calles de distancia. Pocas para un duelo tan grande bajo un calor de mil demonios, dentro y fuera del estadio, que no era otro que San Mamés, vestido de gala hoy hace 30 años, aquel 16 de junio de 1982, para alzar el telón del grupo de la muerte del Mundial que iba a dar impulso a la España democrática, la delNaranjito. La ciudad era una olla a presión y el antiguo aeropuerto de Sondika, con un récord de 120 vuelos, lucía como unos grandes almacenes, al estilo Harrods, por el trasiego. La plaza Elíptica se asemejaba a Piccadilly Circus, y el parque de Doña Casilda, a Hyde Park. Bilbao, toda Bizkaia, vestía las camisetas de los pross por su propuesta futbolística y por tener a bien alojarse en el hotel Los Tamarises, frente a la playa de Ereaga, un fangal, al contrario que la tropa del gallo, que se decantó por Donostia. A un lado, los de Ron Greenwood -"no hemos venido aquí a bañarnos", dijo-, con Kevin Keegan en plan estrella, Peter Shilton bajo palos y un ejército de fortachones soldados; al otro, la elegante escuadra de Michel Hidalgo, la del preciosista Tigana, el pequeñito Giresse y el lujo del capitán, Michel Platini, con bastantes más rizos y menos kilos que los que pasea hoy como presidente de la UEFA.

Amén del mercurio, reinaba en el botxo lo que llegó a denominarse el síndrome de la televisión en color en la era del Pal y el Secam. No en vano, la cita futbolística apremió a las tiendas de electrodomésticos a repoblar las estanterías a tenor de la ingente demanda mientras en los bares la tertulia se centraba en la clase del brasileño Sócrates y las muy pocas esperanzas puestas en el equipo que entrenaba Santamaría, el de Arkonada, Urkiaga o López Ufarte. La fiebre del fútbol alcanzó a las cajas de ahorros, que ofrecían los tomos de la Enciclopedia Mundial del Balompié al cliente que ingresara 125.000 de las antiguas pesetas. Mientras, los periódicos se llenaban de tinta deportiva y solo era una la preocupación: el desembarco de loshooligans. "¡Qué pintas!", evocaban entonces -y ahora- nuestros mayores, distantes de una moda que fue coloreando con los años rincones del Casco Viejo.



San Mamés tuvo que reinventarse para la ocasión. Dragados y Construcciones, empresa encargada de las obras, afirmó que su tarea fue "la más difícil y vertiginosa" de su currículo, labor que contó con siete voladuras y la utilización por vez primera en el Estado de cables eléctricos para dar la temperatura adecuada al cemento. Especialmente complejo resultó mantener en todo momento la estructura del arco, logro conseguido merced a unas ménsulas postensadas, auténtica artesanía de la construcción que posibilitó moverlo apenas cinco milímetros de su estado original. Creció también la capacidad, con 5.358 nuevos socios que pagaron por adelantado la cuota de sus primeros cinco años; llegaron dos videomarcadores que fueron la envidia de toda la Primera División; pero también las quejas, la duplicidad de entradas, las filas fantasmas... Hasta 500 periodistas se acreditaron para el Inglaterra-Francia y hasta 17 horas de cola hubo de soportar todo el que suspiraba por una localidad.

SIN KEEGAN Y CON REVENTA "Me gustaría que la final se jugara aquí", declaró Keegan, fidelizando con el bilbaino de bombín y encantado con las instalaciones de Lezama, aunque una lumbalgia le dejó en el dique seco. "No saben lo que se nos viene encima", había advertido el cónsul británico, pero al final no fue para tanto, más allá de alguna bronca con los reventas, que pretendían cobrar 6.000 pesetas por los asientos de 800, alguna que otra carga de la Policía Nacional, y eso sí, enfrentamientos como el que aconteció en el Arriaga la víspera, con cuatro ingleses detenidos y destrozos en el mobiliario de la cafetería. "¡Que se prepare el portero inglés!", vaticinó Platini, que no iba para futurólogo porque el partido lo ganó Inglaterra en la grada y sobre el césped. A los 27 segundos del pitido inicial un tremendo error en el despeje de Tresor lo aprovechó un tal Bryan Robson para batir a Ettori y obligar a los mil agentes desplegados a ponerse en faena para contener la desmedida euforia de los isleños. Aquel futbolista nacido y criado en el condado de Durham, que militó en el West Bromwich Albion y el Manchester United, y considerado por muchos el centrocampista inglés más versátil de aquellos tiempos, firmó el gol más rápido en la historia de los Mundiales. Un hito que superaría en la cita de 2002 el turco Hakan Sükür a los 10 segundos frente a Corea del Sur.

El empate de Soler, a pase de Giresse, fue solamente un espejismo pese a que en la segunda parte entró en juego Tigana, porque la pareja que formaron Butcher y Thompson anuló a Platini, el chico de apariencia floja y medias caídas que solía sacar un conejo de la chistera en las apreturas pero que fracasó ese día actuando de delantero centro. Robson, nuevamente, y Paul Mariner, atacante del Ipswich Town que actualmente dirige al Toronto FC, sentenciaron a los franceses, que posteriormente hincaron la rodilla en semifinales contra Alemania en aquel encuentro donde el meta Schumacher agredió a Battiston y que cayó del lado germano en la tanda de penaltis. Peor le fue a Inglaterra, que en segunda ronda no pasó del empate sin goles ante Alemania Federal y España.



Los cálculos reflejan que el aterrizaje de supporters en Bilbao ascendió a 20.000, y en su afán de apoyar al equipo hubo de todo: desde quienes se limitaron comportarse como es debido hasta los que ingirieron unos 400 litros de cerveza diarios en el cámping de Sopelana, o los que quedaron gratamente sorprendidos por las muchas similitudes de la ikurriña con la Union Jack, pasando por los baños que se dieron en las fuentes de la Plaza Circular o los que tuvieron que buscar raudos un trabajo rápido para conseguir dinero si querían regresar a su país. "Laissez faire, laissez passer", que dijo Adam Smith. Los ingleses dejaron hacer, pero nunca pasar, y más cuando el citado gol de Soler les puso en guardia para no abandonar las precauciones en el resto de encuentro. Las crónicas no dejaron lugar a la duda. Así lo recogió DEIA: "Platini pasó por el césped de San Mamés como una figura decorativa. Mejor dicho, se paseó tomando el sol mientras sus compañeros se derretían de calor y de trabajo (...) Por supuesto que se le veía estilo con la pelota y que ponía intención para abrir una jugada, al ceder con precisión, pero no entraba a ningún forcejeo, al parecer estaba para ser servido y una vez con el balón en los pies ya sabría lo que tenía que hacer. No sabemos si calificarlo de apático, de indolente, de cómodo o de vago (...) No nos enteramos de que pasó por San Mamés". De su rival no todo fueron halagos. "No hizo mucho más Inglaterra para llevarse el triunfo. Nos defraudó en el aspecto ofensivo, excepto Robson en el 2-1, en una jugada en que entró bien desde atrás para conseguir un gol a la vieja usanza inglesa". Una reja derribada por una avalancha que se produjo entre los graderíos Sur y Este constituyó el único hecho lamentable a reseñar.

La Catedral sería también sede de otros dos partidos en esta primera fase del torneo mundialista. El disputado el 20 de junio entre Inglaterra y Checoslovaquia (2-0), con 41.123 espectadores y goles de Francis y de Barmos en propia puerta, destacando este periódico al tándem Francis-Mariner; y el que los pross jugaron ante Kuwait (1-0) el día 25 con tanto de, cómo no, Francis, y 39.700 asistentes al campo. Su despedida fue por todo lo alto. "Eskerrik asko Euzkadi", loaron a la organización y aficionados que les arroparon a lo largo de esos días.

Cuando el Mundial vuelva a pasar por San Mamés, de hacerlo, lo hará en un escenario cinco estrellas y ubicado en una ciudad abierta al turismo y separada no tres décadas, sino siglos, de aquella imagen ennegrecida por el sector industrial de la época. Por un estadio cuyo propietario nunca dejó de pertenecer a la máxima categoría pese a sus dientes de sierra, y con una afición igual o más entregada y que, a la postre, sigue conservando un poso de cariño hacia los pross aunque la práctica sobre el verde no se ajuste ya a aquel catecismo. Por aquellos días Pedro Aurtenetxe se erigía en presidente del Athletic tras vencer a Iñaki Olaskoaga. Pero esa es otra historia.

INGLATERRA: Shilton, Mills, Thompson, Butcher, Sansom (Min. 89, Neal), Copell, Wilkins, Robson, Rix, Francis y Mariner.

FRANCIA: Ettori, Battiston, Tresor, Christian López, Bossis, Larios (Min. 74, Tigana), Girard, Giresse, Rochetau (Min. 71, Six), Platini y Soler.

Goles: 1-0: Min. 1 (27 segundos); Robson. 1-1: Min. 24; Soler. 2-1: Min. 67; Robson. 3-1: Min. 87; Mariner.

Árbitro: José Antonio Garrido (España). Amonestó a Butcher (Min. 34) por una dura entrada a Rochetau.

Incidencias: 16 de junio de 1982. San Mamés. 44.172 espectadores. Primer partido del Grupo IV del Mundial de España.

Fuente: www.deia.com

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