lunes, 27 de julio de 2009

El Boss hizo rugir a la Catedral

La E Street Band está mayor, pero El Jefe fue capaz anoche de arrastrar al Olimpo con su música a miles de apasionados rockeros en San Mamés

Se supone que el formal rockero de Nueva Jersey mide 1,76 metros. Del talón de sus botas de batalla y caña alta hasta las ondulaciones de su cabello peinado hacia atrás. 176 centímetros dedicados en cuerpo y alma al rock and roll. Un cuerpo de toda la vida, bien cuidado, que no ha sufrido excesos con las drogas, el alcohol o la gastronomía (¡le encanta y le pone a tono el caldo de pollo!) Un cuerpo que presume de vaqueros ceñidos,que se cincela en el gimnasio y que es preparado para la acción sobre el escenario en sesiones de masaje que agradecería un ganador del Tour de Francia...




La comunión dominical con los 1.760 milímetros de sana carne humana de Nueva Jersey fue total, absoluta en San Mamés. Quizá pagana, seguramente idolátrica e incluso, por momentos, hipócrita, pues ¿dónde se esconden el resto del año las decenas de miles de espectadores de esa ceremonia rock?

Además, Bruce apareció un par de horas antes del concierto, se arrimó a una barra de katxis del césped... ¡y la peña tardó en reconocerle! ¡Él se moría de la risa!

La peña atoró San Mamés, pero no se colgó el cartel de 'no hay entradas' en taquilla. Y es que en sus últimas comparecencias regionales siempre han salido a la venta postreros tacos de entradas. En Bilbao, ayer se expendieron 500 tickets para anular a la especuladora reventa. «Para reventarla» como dijo Íñigo Argomaniz, el organizador, jefe de Get In.



Devora al respetable
Los 176 centímetros de Springsteen rockearán cada dos días por la piel de toro. El esquema será: un día de reposo con la familia, un cómodo periplo en avión privado, y otra descarga de rock en la que la musculada, masajeada y bien alimentada estrella del rock desde los años 70, pura en cuerpo y casi también en espíritu (hum... esa separación de su anterior esposa...), arrastrará al grupo, a su E Street Band, una pandilla de viejos roqueros.

Bruce derrocha energía. Se come el escenario y devora también al respetable al que jalea con sus invocaciones y propulsa con sus canciones. Bruce es El Jefe, The Boss, y la E Street Band aguanta mecha como puede: el negro antañón Clarence Clemons, orgulloso pero cascado saxofonista, casi no puede moverse; el guitarrista Nils Lofgren sabe que su papel es de gregario obediente, al contrario que 'Miami' Steve Van Zandt, enamorado del soul que si se lo permiten, roba la tostada a su jefe; o el baterista Max Weinberg, rígido... pues no pocas veces... ¡llega apoyado en un báculo!

La E Street Band está mayor, pero el frenético Bruce la puede arrastrar al Olimpo, como anoche. Springsteen, un trabajador del espectáculo musical comparable a James Brown, que no necesita de playback como Madonna y que se mantiene en tan envidiable forma física como el hacha de AC/DC Angus Young, conduce a su grupo, espolea a las masas y se rinde al rock de verdad. Además de entretener al respetable, Bruce se comunica de primera mano son sus seguidores, viendo el blanco de los ojos a los espectadores del 'pit', las primeras filas del césped.

El concierto comenzó con 28 minutos de retraso para desesperación de los incondicionales. Sin embargo, el inicio fue de los que marcan época. Asomó Mils Logfren con el acordeón en brazos y se marcó el 'desde Santurce a Bilbao...', en plan folkie y sentimental. Muy grande. Al rato, apareció Springsteen entre rugidos y se apoyó en el veterano Clarence Clemonds, armado de su brillante saxo. «¡¡¡Kaixo Bilbao!!!», gritó The Boss y se metió al público en el bolsillo para toda la noche.

Inició luego el repaso a su vida musical con 'The Ties That Bind', arrollador seísmo rockero en el que dió rienda suelta a sus fundamentos. De fondo, increíble casi a sus años, remachaba cada gesto el baterista Max Weinberg, mayor, pero suficientemente sobrado para dar todavía más caña que nadie.



Después, y en un sutil y efectista cambio de registro, la voz de El Jefe pasó de las estridencias del rock, de los decibelios sentidos del predicador de la música, al tono intimista del soul con 'Hungry Heart', ese corazón hambriento de música que se había apalancado en las gradas de San Mamés. Fiel a sus principios, Bruce bajó en ese tema hasta el pit y premió a sus más fieles seguidores con guiños, saludos y apretones de manos. Fue una noche inolvidable. Bruce se entregó sin dosificarse. Cantó estupendamente y asiendo la guitarra compuso estampas de rocker insobornable.

Aparte de lo mejorable del sonido en tales espacios incontrolables, la selección de treinta piezas escogidas por The Boss sirvió para que la Catedral rugiera con El Jefe.

Más fotos, vídeos e info en: www.sanmames.org


Fuente: El Correo

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